jueves, 14 de abril de 2011

18

“¿Qué vas a hacer para tu cumpleaños?”. La que preguntaba era Candela, y Martín, asombrado por las palabras de su hermana, tardó en contestar. Le parecía extraño que Candela estuviera de buen humor, que le hablara de cosas frívolas o sin importancia, como el festejo de sus 28 años, que estaba a pocos días de cumplir. “Nada, vamos con los chicos a comer a Rumi, y después ya nos quedamos a bailar ahí, que se hace boliche a eso de la una y media”, le dijo. “Ah, qué bueno, ¿puedo ir? Hace tanto que no piso una discoteca…”. Eso ya le pareció disparatado. ¿Y a esta qué bicho le picó?, pensó, aunque trató de poner una expresión más natural para decirle, sin que notara que estaba mintiendo: “Dale, buenísimo, te va a hacer bien salir. Es este sábado, vamos juntos en el auto, ¿te parece?”.
Martín y Candela llegaron temprano a la discoteca. Él había reservado una mesa para doce personas: sus amigos más íntimos del colegio, acompañados por sus respectivas novias, que a esas alturas de la vida parecían inevitables en cualquier evento del grupo. A medida que los invitados se hacían presentes, Martín los fue acomodando en la mesa, previa presentación de la chica que lo acompañaba. “Es mi hermana Candela, ¿no se acuerdan, del colegio?”, les decía. “Ah, sí, Candela…”, se apuraban en contestar, sin preguntarle cómo estaba, qué tal se sentía o por qué se había cortado ese pelo tan largo que siempre le gustaba peinarse. Martín se daba cuenta de lo incómodos que se ponían, de que por dentro pensaban ¡uy, la enferma, pobre, qué garrón!, y sabía que buscarían el momento para apartarse y contarles a sus novias el dramón por el que estaba pasando esa chica de pelo corto, la hermana de Martín, la que tiene cáncer.
Candela se ubicó en una punta de la mesa, lejos de la gente, y procuró no hablar con nadie. Estaba muy flaca, raquítica, con la cara pálida, el cuerpo encorvado, la mirada perdida, el aire triste, como siempre. Martín no podía dejar de vigilarla, de preguntarle si estaba bien, si se sentía cómoda, si algo le dolía. Ella le decía a todo que no, que no quería tomar nada, que no iba a comer porque no le daba hambre, que no quería acercarse a sus amigos y tratar de hablarles de cualquier cosa, como hacían el resto de los invitados, las personas normales. Martín empezó a sentirse arrepentido de haberla llevado. Con ella ahí sentada no iba a poder relajarse, conversar con sus amigos o emborracharse, como hubiera querido. Pero pensar eso le daba culpa, y enseguida trataba de borrar todas las cosas horribles que pasaban por su cabeza. Candela estaba enferma, se la pasaba encerrada, siempre con mala cara, ¿cómo podía él ser tan egoísta de pensar que lo mejor hubiera sido dejarla en casa, si ahí no iba a hacer más que arruinarle el festejo? ¿Y si ese era el último cumpleaños que pasaba con su hermana?, se preguntaba, lleno de remordimientos.
Los chicos comieron, tomaron tragos, fumaron y se pusieron al día con la charla, siempre pendiente porque todos eran adultos, estaban por casarse, mudarse o trabajar más horas para ahorrar algo. Sus novias se preguntaban por qué un chico como Martín seguía solo, por qué no encontraba una chica, si era “tan simpático, tan bueno, y de aspecto no está nada mal”, comentaban. “Yo tengo una amiga para presentarle, arreglemos un día y vamos a comer los cuatro, ¿dale?”, le decían por lo bajo al novio.
Cuando terminaron de comer, la música se puso cada vez más fuerte. “I don´t wanna hear, I don’t wanna know, please don’t said I’m sorry”, empezó a sonar el último hit de Madonna en la pista, y todos quisieron salir a bailar. A Martín le encantaba esa canción, era una de sus favoritas, pero no se animaba a abandonar la mesa y dejar sola a su hermana, que para su sorpresa se le acercó y le dijo al oído: “¿Me conseguís un cigarrillo?”. Martín quiso decirle: pero vos estás loca, cómo se te ocurre ponerte a fumar si tenés cáncer, estás en el medio de una quimio re jodida y hace años que no pisás un boliche, pero la vio tan cerca de la normalidad, de ser una chica común que se confunde entre todas esas jóvenes que viven la vida sin más preocupaciones que comprarse un jean, empezar la dieta o cambiar de novio… La vio así, casi feliz, y se apuró a conseguirle un cigarrillo, darle fuego y pedirle que lo acompañase a la pista. Ella accedió, pero se quedó en un costado mientras todos bailaban, observando aquel ambiente con nostalgia, como si su cabeza se llenara de buenos recuerdos, de esos tiempos en los que tenía todo para estar contenta y ni se daba cuenta. Esos fines de semana en los que se escapaba con alguna amiga, generalmente alguna chica tan poco popular como ella, y sin el permiso de sus padres, mintiéndoles, se internaba en algún antro de mala muerte, lleno de tipos que la miraban con ganas, le invitaban algún trago, le decían que era una diosa, la hacían sentir una mujer deseada cuando apenas tenía dieciséis o diecisiete años. Le dio miedo pensar que todo eso había quedado en el pasado, que esa libertad, esa esperanza de creer que lo mejor estaba por venir, había sido enterrada para siempre por su propio destino.
Los amigos de Martín, borrachos, se movían al ritmo de la música electrónica, besaban a sus novias, se empujaban entre ellos, rodeaban al homenajeado, le daban palmadas en la espalda, le hacían demostraciones de cariño. En los cumpleaños anteriores de Martín, o en las fiestas de otros amigos, ese ritual era un momento de éxtasis único, la exaltación de la felicidad, el momento en que los mejores amigos daban todo para celebrar al cumpleañero, lo hacían sentir que esa era su noche y nada podía opacarla. Pero esa noche Martín no podía ser feliz, no se relajaba. La presencia de Candela ahí, tan cerca, le recordaba a cada instante que él no tenía permitido estar contento. Por eso se había quedado tan sorprendido cuando su hermana le pidió ir, y más cuando finalmente cumplió, se subió con él al auto y se sentó en la mesa con sus mejores amigos. Y por eso le molestó haberle dicho que sí, porque sabía que con ella ahí sería imposible olvidarla, borrarla de su cabeza aunque sea por unas horas para tener un momento de felicidad, por más corto que fuera. El recuerdo de Candela le impedía disfrutar, y su presencia hacía imposible olvidar ese recuerdo.

4 comentarios:

  1. me encantooo!!!!! y entiendo ese "no poder estar feliz" pase x eso y t entiendo!!!, ...me encanta como escribes , espero con ansias el sgt capitulo!!! besitos

    ResponderEliminar
  2. me pongo en tu lugar... suerte en todo.

    ResponderEliminar
  3. Que loco! justo este capitulo coincide con tu cumple!,, como si lo hubieras calculado, LO CALCULASTEEE!! di la verdad!, mostro! me quisiera soplar todo el libro de una vez :D

    ResponderEliminar
  4. HAPPY BRAZILIAN BIRTHDAY, 33-y.o.-nene!

    Ya sé que fue ayer y no me cabe la menor duda de que le has hecho todos los honores al "celebrate - holiday" de tu beloved Madame Ciccone ;)

    A ver si cuando regreses tienes ganas de contarnos por qué bellos parajes anduvieron? Floripa? Más parriba?

    Sigue disfrutando tus vacaciones y hasta muy pronto!

    ResponderEliminar