martes, 5 de abril de 2011

13 y 14

13

–¿Es la primera vez que hacés un tratamiento de este tipo? –preguntó el psiquiatra
–Sí, nunca fui a un psicólogo ni a un psiquiatra –dijo Martín-. Nunca hice ninguna terapia.
–Bien, ¿y por qué decidiste venir a verme? ¿Qué te anda pasando?
–Nada, a veces no puedo dormir, entonces tomo cualquier pastilla, y mamá me dijo que me podía hacer mal, entonces me pidió un turno con usted. ¿Hay algún problema en que usted sea el psiquiatra de ella y el mío también?
–No, si lo tuyo es algo puntual no va a haber problemas… ¿Y por qué no podés dormir?
–Por lo de mi hermana, usted sabe…
–Sí, claro.
–Bueno, a veces, a la noche, cuando apago el televisor y me voy a dormir, me acuerdo de todo eso y me angustio demasiado, se me corta el aire, entonces tomo cualquier pastilla para dormirme y no pensar.
–¿Qué clase de pastillas?
–Rivotril, Lorazepán, Xanax, Valium, Alplax… lo que tenga más a mano.
–¿Y de dónde las sacás?
–Me las da mamá, de lo que le van recetando a ella.
–Eso es un peligro.
–Sí, yo sé, por eso vine, porque prefiero que usted me recete algo antes que tomar cualquier cosa.
–¿Y eso te pasa todas las noches? ¿Nunca podés dormir?
–No, a veces… más que nada en los momentos más complicados, por ejemplo, los días después de una operación, cuando mi hermana está destruida, o si viene de la quimio y la veo que se siente muy mal… eso es lo que más me angustia, verla mal a ella. Ahora que de aspecto la veo bien, que ya se recuperó de la última cirugía, es como que me olvido un poco del tema, y duermo bien.
–Ahora estás durmiendo bien…
–Sí, normal.
-Ajá, y decime, ¿vos qué pensás que va a pasar con tu hermana?
–Y… creo que lo más probable es que viva unos tres, cuatro años más. Por lo que vi en Internet o en la televisión… en Internet más que nada, por lo que vi esto no se cura.
–Y no, sería casi un milagro, pero no hay que perder las esperanzas. ¿Vos cómo te llevás con ella?
–Muy bien, creo que la ayudo mucho.
–¿En qué la ayudás?
–Con atenciones, regalos, viendo qué necesita… la acompaño.
–Entiendo.
–Pero volviendo a lo de Candela, mi hermana, yo creo que estaría dispuesto a aceptar su muerte, digo, obviamente es algo que me causaría muchísimo dolor, pero si pasa, pasa, no queda otra, tendré que soportarlo. Pero lo que más miedo me da es la reacción de mi familia, cómo explicarle… las consecuencias de eso ¿entiende? Si se muere Candy, mi mamá va a estar todo el día llorando por los rincones, re deprimida todo el tiempo…
–Y vos vas a tener que sostener todo eso…
–Y sí, no sé cómo voy a hacer, me da mucha pena por ellos, por mi mamá, mi abuela, por Clarita, la hijita, que se va a quedar sin mamá… Porque además yo soy el padrino de la chiquita…
–¿Y tu padre no te da pena?
–Sí, qué se yo, no, me da igual.
–Bueno, eso es un tema aparte, entonces me decías que te daría miedo hacerte cargo de la nena, ¿y por qué te hacés cargo de eso?
–No sé, soy el padrino.
–¿Pero eso es algo que elegiste vos?
–Obvio que no, me lo ofreció Candy.
–¿Y por qué aceptaste?
–Qué se yo, me daba igual, cómo le iba a decir que no… Además, nunca pensé que pasaría esto, que al final terminaría siendo tanta responsabilidad. Lo que me molesta es de repente tener tantas responsabilidades y problemas cuando en realidad yo no busqué nada de esto. Yo no tuve hijos, y no creo que quiera tenerlos, y tampoco me parece justo que siempre me tenga que hacer cargo de los problemas de mis padres. Yo quiero tener una vida normal, porque me esforcé mucho para estudiar, tener un buen trabajo, independencia, creo que hice las cosas más o menos bien, y ahora en vez de estar preocupándome por la ropa que uso, el gimnasio al que voy o a qué bar salir el fin de semana, como hacen la mayoría de mis amigos, yo, en vez de eso, estoy con toda esta carga que encima me vino de rebote.
–¿No te parece que los roles están un poquito cambiados, que tus padres se comportan como tus hijos? Te advierto que eso es muy peligroso…
–Sí, yo sé, me parece que no me tendría que estar haciendo cargo de sus problemas, por ejemplo mi mamá me llama mil veces por día, todos los días, por cualquier pavada, para pedirme cualquier cosa, y yo siempre tengo que estar ahí para ella. Y mi papá es un desastre, últimamente no hace nada, desde que mi tío lo echó de su estudio casi no trabaja y siempre tiene que venir alguien de afuera a apagar los incendios. Antes eran mi abuela o mi tío Ernesto, pero ahora parece que me toca a mí, y yo no quiero asumir ese rol, no quiero terminar viviendo para ellos.
–Obviamente, vos tenés que hacer tu vida, Martín, eso es muy, muy importante. Lo mejor sería que te mudaras, si es posible no muy cerca de ellos, y que los dejes que hagan su vida, que afronten sus problemas, porque no sirve de nada que estés todo el día poniéndole el hombro a tu mamá para que llore, no es algo funcional, ¿me explico? Algo funcional sería que a vos el día de mañana te vaya tan bien que puedas ayudar económicamente a tu madre o a la chiquita, que seguramente terminará viviendo con tu madre, porque eso es algo concreto. Nos guste o no, la plata siempre se necesita, y si vos te quedás llorando con tu mamá, disponible siempre para todo, no vas a volar, no te vas a desarrollar, vas a quedarte estancado y eso, te repito, es muy peligroso, muy jorobado, en serio. Lo más sano es que vos te vayas de tu casa y vivas tu vida, chau, y los demás que se arreglen como puedan, con un poco de ayuda tuya, siempre que puedas, eso me parece bien, pero no sirve que vos vivas para ellos, eso no, ¿estamos?
–Sí, perfecto, haré lo posible.
–Yo te recomiendo que vengas a algunas sesiones más, si te parece.
–Sí, no hay problema.
–Entonces la semana que viene, ¿misma hora, mismo lugar?
–Perfecto.

14

La primera visita al oncólogo luego de la segunda operación no dejaría lugar a más especulaciones. En esa consulta, Candela e Inés esperaban que el médico les dijera concretamente cuáles eran los pasos a seguir. Las dos estaban ilusionadas con la posibilidad de un tratamiento más leve que el anterior, tal vez con algunos medicamentos combinados con inyecciones en lugar de la quimioterapia tradicional, administrada a través del catéter en un deprimente centro de oncología.
A las tres de la tarde, madre e hija salieron para el consultorio del doctor Díaz Cantón, uno de los oncólogos más prestigiosos de la ciudad, recomendado a Ernesto por varios de sus amigos.
El consultorio funcionaba en un elegante piso de la avenida Libertador, a la altura de Palermo Chico. Era un departamento blanco, aséptico, con pisos de madera lustrada, paredes despojadas de cuadros, varios sofás de cuero color marfil y un inmenso ventanal sin cortinas que dejaba al descubierto el barrio más elegante de la ciudad. La sensación de pulcritud y distinción que dominaba aquel ambiente era como un bálsamo para Inés. Ante sus ojos, Candela tenía más posibilidades de curarse asistiendo a ese lugar que atendiéndose en un hospital público.
El doctor Díaz Cantón era frío y distante. Cuando vio que Candela cargaba en sus brazos una beba regordeta, algo gritona, con la nariz llena de mocos y las manos pegajosas por los caramelos que no paraba de engullir, puso un gesto adusto.
–Adelante –alcanzó a decir, haciendo un ademán con la mano derecha hacia las sillas ubicadas frente a su escritorio.
–Buenas tardes, doctor, ¿qué tal? –lo saludó Inés.
–Bien, gracias –respondió, seco–. ¿Trajo la tomografía?
–Sí, doctor, acá está –respondió Inés, sacando de su cartera un sobre blanco.
Candela permanecía callada, muerta de miedo, haciendo lo imposible para mantener tranquila a su pequeña hija. El oncólogo se quedó observando los estudios durante varios minutos, llenos de un incómodo silencio que solo se veía interrumpido por los chillidos de Clara. Inés comenzó a impacientarse.
–¿Y, doctor? –se atrevió a decir.
–Bueno, como ya se habrán imaginado, vamos a tener que iniciar un nuevo tratamiento. Tenemos que probar nuevas drogas, porque como se ve aquí las anteriores no funcionaron. Seguimos teniendo células malignas en los alrededores de la zona afectada…
–¿Del mismo estadio? –interrumpió Inés.
–Sí, eso no cambia, seguimos en un estadio cuatro.
Inés sintió una puntada en el corazón, aunque simuló estar bajo control para terminar de escuchar el diagnóstico.
–El primer paso a seguir –continuó el médico– es una nueva quimioterapia, esta vez más agresiva que la anterior, que será suministrada cada veintiún días durante cuatro meses.
–¿Se me va a caer el pelo? –habló Candela, rompiendo su silencio.
–Sí, el pelo se va a caer por completo, en todas las zonas del cuerpo, y las náuseas y el debilitamiento pueden ser más pronunciados que en el tratamiento anterior.
Las puntadas en el corazón de Inés comenzaron a multiplicarse. Ahora también le faltaba el aire. Pero siguió disimulando, fingiendo estar bien solo por su hija.
–¿Y si no me la hago? –volvió a preguntar Candela.
–No entiendo –contestó el médico.
–Digo, si no me hago nada, si dejo todo así como está y no voy a la quimioterapia.
El médico no se mostró sorprendido. Parecía acostumbrado a este tipo de reacciones en sus pacientes, sobre todo en las mujeres a las que les informaba que iban a perder el pelo.
–Bueno, eso depende del paciente, pero debes saber que en ese caso te estás perdiendo una oportunidad.
–¿Una oportunidad? –dijo Inés, sin pensar.
–Creo que estoy siendo claro. Todavía nos queda una posibilidad, un cincuenta por ciento, y si ustedes quieren dejarla pasar, nadie puede oponerse. ¿Alguna otra pregunta?
Inés y Candela no se atrevieron a seguir interpelando a ese hombre de guardapolvo blanco y cara de pocos amigos. Saludaron en voz baja y se retiraron del consultorio. Las dos permanecieron mudas, con la mirada perdida, en estado de shock, durante los minutos que el ascensor se demoró en llegar a la planta baja. Ya en la puerta del edificio, en plena avenida Libertador, Candela derramó sus primeras lágrimas. Hasta ese momento, Inés había depositado todas sus energías en contenerse, en hacer de cuenta que todo estaba bien, igual que siempre. Pero los ojos húmedos de su hija fueron suficientes para hacerla explotar. El llanto antes contenido fue ahora más fuerte, provocando esta vez el descargo de Candela, que también había estado soportando las ganas de desahogarse. Entonces madre e hija lloraron abrazadas, sintiendo el dolor de la derrota, el terror a la muerte que se anunciaba con más fuerza. A los pocos segundos, Clara comenzó a gritar desconsoladamente, como si entendiera todo, y el llanto de esa niña, tan primario, tan inocente, bastó para que Candela hiciera lo imposible por secar sus lágrimas y fingir que todo estaba bien. Inés también sintió la urgencia de recomponerse, la responsabilidad de estar entera para que el resto no se desmoronase. Así, las tres se fueron calmando de a poco, y luego Clara hizo otra de sus monerías, logrando robarle una sonrisa a su madre y a su abuela.

9 comentarios:

  1. luisito.
    al leer me reflejo en Candela, en el momento en que el doctor le anuncia el estado de su cancer, y el sentimiendo de dolor y impotencia frente a su caso.
    y el momento que Madre e hija se abrazan para soportarse
    me recuerda mi drama Dios gracias. ya paso.. nicky
    la lectura de Candy ya es una costumbre... gracias.

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  2. me haces recordar a mi hermano, aunque no lo pude disfrutar por mucho tiempo igual lo extraño, suerte Luis y sigue escribiendo que a muchos ayudas haciéndolo...

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  3. Hola Luis,quiero felicitarte por el don de escribir que tienes..CANDY es un libro que captura y te lleva a la escena que se relata,y mas aun, si has tenido algunos familiares y/o amistades con este terrible mal(que es mi caso).
    Cultiva tu don y sigue encandilandonos con tus escritos..Cuidate mucho,lindo miercoles,besitos,bye.

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  4. luchi
    una penita por lo que pasó Candy, ya te conté lo de mi mamá y la suerte que tuve que se curara... no me imagino que hubiera sentido, si de chico, cuando se enfermó, no se hubiera curado.
    Un abrazote

    http://churruminoss.blogspot.com

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  5. Luis, que bello, pero no anunciaste que publicarias estos capitulos, felizmente como siempre le de una chequeadita, espero que el proximo libro que tengas sea asi, dale un golpe fuera a la Jamie, que el libro sea basado en su asquerosa campaña de apoyo a al rata keiko pero que el no sea el principal, puedes ser tu el principal Pipi !
    besos

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  6. ahora pienso en que este testimonio le va a servir tanto a Clarita, saber cuánto la amó su mami que por ella contuvo su dolor, es importante que los niños sepan que los amamos. Gracias, me hiciste llorar... ya me estoy acostumbrando (Marga)

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  7. Me haz lacerado el alma con este relato.

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  8. Hola Luis, quiero felicitarte, me encanta como escribes!!! Realmente me he sentido viviendo la historia.. Espero sigas publicandola....la espero cada lunes, miercoles y viernes...porq la publicast el lunes y lo hiciste el marts? Aun espero tu publicación de hoy :)…gracias…nos ayudas a abrir lo ojosss :) ahh tb t sigo en el otro blog…grande Luisito!!! Jenifer

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  9. Gracias a todos!
    Ustedes son mis lectores más selectos!

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