lunes, 9 de mayo de 2011

31 y 32

31


–¡Ay, Candy!, ¿no tenías una malla enteriza?
–No, ¿por?
–Nada, decía, me parece más elegante, qué se yo…
–¿Te jode que todas las viejas del balneario me miren con cara de pánico?
-No, nada que ver, decía que me parece… no sé, creo que en tu situación corresponde que uses una malla enteriza, nada más, pero sos libre de hacer lo que quieras.
–¿Vos te pensás que con todo lo que a mí me pasó voy a estar fijándome en lo que piensa la gente? Ni en pedo, mamá, ni en pedo.
Inés permaneció en silencio, se acomodó el sombrero y expuso su cara al sol. No tenía argumentos para refutar lo que su hija muy sabiamente le acababa de decir. Estaban en Mar del Plata, tomándose unas merecidas vacaciones luego de un año y medio de sufrimiento. Candela llamaba la atención entre las señoras emperifolladas con sus mejores looks de playa. Pesaba cuarenta y cinco kilos, los huesos le calaban la piel de una manera impresionante, el pelo le había crecido como para tapar la calvicie, pero seguía corto, deforme, como la cabellera de un niño casi adolescente. Pero lo más fuerte no era su semblante andrógino, su porte desgarbado, su andar encorvado producto de tantas intervenciones en el abdomen, sino la escalofriante cicatriz que le atravesaba el cuerpo, desde abajo del ombligo hasta el comienzo del esternón. En lugar de ocultarla con un traje de baño enterizo, Candela la mostraba con una diminuta bikini, como si estuviera orgullosa de haber sobrevivido a una muerte casi segura.
La recuperación había sido lenta. La operación, costosa y arriesgada. Tanto escarbaron los cirujanos, que, según ellos, habían logrado barrer hasta la última célula cancerígena alojada en el aparato digestivo. Cuando habían pasado tres meses desde la intervención, el oncólogo diagnosticó una remisión total de la enfermedad.
Todos lloraron de alegría, se abrazaron y festejaron el día más feliz de sus vidas. Isabel estaba absolutamente convencida de que sus rezos y las cadenas de oración, impulsadas desde la iglesia a la que acudía casi a diario, habían surtido efecto en la salud de su nieta. Tenés que ir a misa a agradecer, le decía a cada pariente que se encontraba. Inés y Alberto seguían asustados, no terminaban de creer que todo hubiese tenido un final feliz. Tanto habían sufrido que no terminaban de recuperase del todo. Se sentían afectados, con una marca tan imborrable como la cicatriz en la panza de Candy. Tal vez por eso Inés quería hacerle poner una malla enteriza, para que todo el sufrimiento no regresara a su memoria a cada momento.
Martín era el más optimista. Estaba convencido de que, finalmente, el destino había impartido justicia. Por eso le parecía natural que todo hubiera vuelto a la normalidad, y pensaba que ese tiempo de dolor podría haber sido una señal de alarma, solo una advertencia del destino que terminaría por hacerlos más fuertes y felices que antes. Porque así se sentía Martín, más contento que nunca, con esa sensación increíblemente placentera de haber ganado algo que daba casi por perdido, como cuando una persona recupera a su amante luego de haber sido dejada por un tiempo.
Martín e Inés manifestaban parte de su alegría en el cuidado del aspecto de Candela. La trataban como a una muñeca que precisaba ser reconstruida luego de varios años de un uso poco cuidadoso. Sentían la necesidad de borrar cualquier rastro de enfermedad o decadencia física. Por eso Inés insistía con la malla enteriza, con la necesidad de que Candy aumentara de peso, con que se maquillara o usara ropa más holgada para tapar los huesos expuestos. Martín se volvió muy insistente con llevar a su hermana a sesiones de bronceado en aerosol, para que recuperara el color y eliminara unas ojeras que durante el último tiempo llevaba estampadas en la cara. También parecía obsesionado con las extensiones. “Tengo tu pelo”, le decía a Candy. “Lo tengo guardado desde el día que fuimos a la peluquería, ¿te acordás? Lo puse en una caja y hasta un día lo lavé con champú porque se había llenado de humedad por estar tanto tiempo en el placard. Después lo sequé con el secador y lo puse en una bolsa de nylon cerrada para que no le entre la humedad. El otro día lo abrí, está divino, no sabés, re suave. Ya hablé con la mina de la peluquería, me dijo que con tu propio pelo ellos te hacían un entretejido en la cabeza y te iba a quedar re natural, como si nunca hubieras estado pelada. ¿No es genial?”.
Candy odiaba que le hicieran ese tipo de comentarios, los consideraba frívolos y fuera de lugar. Ella no quería tapar su enfermedad, no pretendía ser otra, simular que era una mujer divina y feliz y que por ahí nada había pasado. Todavía se sentía castigada por la vida. Estaba convencida de que su cuerpo jamás volvería a ser el de antes, por más retoques y enchapados que le hicieran. Todavía le quedaban rastros de dolor por todo el abdomen, como si los órganos no se hubieran acomodado del todo. La cicatriz jamás desaparecería, de eso estaba segura, por más que los cirujanos le dijeran que había un gel que con el tiempo le permitiría disimularla o una operación estética para hacerla casi imperceptible. ¿Cómo iba a pensar en cirugías estéticas? ¿Cómo se le podía pasar por la cabeza la sola idea de regresar a un quirófano?
Como mujer, también sentía una gran deficiencia. Le habían sacado el útero, no podría tener más hijos, al único hombre al que había amado lo había abandonado en Londres y no había vuelto a saber de él y no se creía linda, ni sexy ni fuerte como para seducir a nadie más en toda su vida. ¿Qué iba a estar pensando en extensiones de pelo, si a duras penas podía cuidar a su hija y tratar de recuperar su existencia?


32


Alberto bebió el último trago de café negro y dio otra pitada a su cigarrillo cuando recibió la llamada. Estaba en un bar del centro, solo, escapando de la rutina doméstica e intentando no pensar en su condición de desempleado. Desde que Ernesto dejó de pagarle y él decidió no ir más al estudio, no fue capaz, o no tuvo la suerte, de conseguir un nuevo trabajo. Por eso pasaba las mañanas en bares, leyendo el diario, pensando, evadiendo a Inés y sus constantes recriminaciones. Que por qué no vamos al cine, que llegaste tarde, que qué hacías en la calle si estás sin laburo, que a ver si te inventás algo pronto porque estoy cansada de que siempre sea mi familia la que pone la plata cuando las papas queman, que el rugby es una cosa de pelotudos fracasados, que mucho rugby pero poco laburo, que ya estoy harta de vivir así, siempre esperando a que mamá o Ernesto me tiren algo porque mi marido es un inútil, que fui una boluda en casarme con vos a los veinte años, que me cagaste la vida, que mi amiga Silvia sale todos los viernes con su marido, van al cine, van a comer, como cualquier pareja normal, y vos cero, lo único que te importa es el rugby.
El sonido del celular impacientó a Alberto. Tenía la esperanza de que alguien lo llamara por un trabajo.
–¿Si?
–¿Alberto?
–¿Dani?
–Sí, ¿cómo andás querido?
–¿Qué hacés, hermano? Acá en la lucha, que es cruel y es mucha.
–¿Pasó algo? ¿Candy cómo está?
–No, está muy bien, la negra tiene una fuerza increíble, no sabés cómo se recupera, hace de todo ya.
–Qué alegría, ¿viste que yo te dije? Tanto no nos odian desde allá arriba. Pero decime, ¿por qué tenés esa voz de mierda?
–Nada, lo de siempre, no aparece nada, estamos sin un peso, y la bruja, no sabés cómo se pone de insoportable.
–Sí, ni me quiero imaginar lo que debe ser, ¡todo el día con Inesita!
–Te la regalo hermano, me tritura el cerebro.
–Bueno, hablando de brujas, te tengo un notición.
–¿Qué pasó? Si es otra desgracia mejor ahorrate la noticia, porque ando con tolerancia cero.
–Puede ser una desgracia o un alegrón, depende para quién.
–¡Dale, largá, dejá de hacerte el misterioso y largá!
–Palmó la tía Olga.
–No…
–Sí, de un paro cardíaco se murió la vieja, así como si nada, de un día para el otro la encuentra la mucama acostada, y cuando se acerca para despertarla se da cuenta de que ya está hecha un fiambre. ¿Qué te parece?
–Bueno, bastante barata la sacó, con lo hija de puta que fue se viene a morir así, sin dolor, sin enfermedad. Hasta en eso tuvo suerte la muy turra.
–Sí, qué se yo… Bueno, pará que te sigo contando, parece que hay buena guita.
–¿En serio?
–Y sí, boludo, al no tener hijos la vieja y nosotros ser los únicos sobrinos, nos toca todo a vos y a mi, mitad y mitad, cincuenta y cincuenta.
–¿Estás seguro? Mirá que la tía Olga es tan hija de puta que capaz le deja todo a la mucama con tal de cagarnos.
–Era, no es, era.
–Bueno, era, es que no me acostumbro todavía. Vos sabés que a mí mucho no me quería, y a vos menos, siempre me decía que la ibas a visitar por interés.
–Relajate que ya averigüé todo. Ya llamé a Pando, ¿te acordás del doctor Pando?
–No, ni idea.
–El cuñado de la tía, el abogado que siempre le manejó los papeles desde que se le murió el marido.
–Ah, sí, creo que lo tengo
–Bueno, nada, cuestión que yo siempre tuve buena onda con Pando, porque sabía que tarde o temprano este momento nos iba a llegar, ¿viste? Hay que ser previsor en la vida, el mundo es de los vivos, no de los pelotudos.
–…
–Y al menos yo pelutodo no soy, por algo me lo vengo trabajando a Pando desde hace años. La cosa es que lo llamé haciéndome el pobrecito, como que estaba muy compungido por lo de la vieja, y de paso cañazo le saqué el tema del papelerío.
–¿Y qué te dijo?
–Le costó largar el dato, pero lo apreté y no le quedó otra, sabe que somos herederos forzosos así que tarde o temprano yo me iba a enterar. Cuestión que la vieja no quiso hacer testamento, Pando dice que estaba muy feliz viajando y patinándose la guita del marido y que cuando él le hablaba del testamento como que le agarraba una negación con el tema de la muerte o no sé qué pelotudez, pero la cosa es que no quería que le tocaran el tema. Y así se le pasó el cuarto de hora y palmó antes de darse cuenta, un regalo del cielo, Alberto, ¡un regalo de Dios!
–Todavía no caigo…
-Caé, hermanito, caé, que nos vamos a ligar una buena plata de arriba, nada del otro mundo, pero tampoco despreciable, buena guita, vas a ver.
–¿Y cuánto le calculás más o menos?
–Mirá, está el departamento de Salguero, que lo vendemos al toque porque está muy bien ubicado, a eso le podemos sacar unas ciento cincuenta lucas verdes, más o menos, y después está el campito en Suipacha y unas treinta lucas en la caja fuerte del banco. Yo creo que en total… a ver, dejame hacer números… Y, calculale unos doscientos mil dólares para cada uno. Eso, para empezar, porque siempre puede aparecer alguna que otra cosita que el turro de Pando se la tiene guardada, ¿viste? Yo, por las dudas, ya puse a un abogado mío para que vaya y se meta a romper un poco las pelotas a ver qué más encuentra. ¿Vos querés poner uno tuyo o nos arreglamos con el mío?
–No, hermano, yo confío en vos, lo que me digas está bien. Lo que sí te pido es que te ocupes del papelerío, porque yo no tengo la cabeza como para meterme en ese quilombo. Vos me decís qué hacer, cuándo está la guita y chau, ¿estamos?
–Quedate tranquilo, yo me ocupo, pero andá festejando, que si apuramos los trámites, en un par de meses hacemos ¡clink caja! Ahora te dejo porque tengo que llamar a Pando para arreglar unos temitas. Todavía hay que ver qué hacemos con el fiambre.
–¿La van cremar?
–Estoy en eso, es lo más práctico, así que nada, tengo que terminar de convencer al boludo de Pando y chau, trámite cerrado, sin velorio ni un carajo, total ¿quién iba a ir? Tu familia y la mía, nadie más, si a esa vieja no la quería ni su madre.
–Sí, cuanto más rápido, mejor.
–Bueno querido, nos hablamos, ya te llamo para contarte las novedades, y no te preocupes que yo me ocupo de todo.
–Gracias hermanito. Te mando un abrazo.
–Otro, chau.
–Chau.
Alberto se sintió aliviado, eufórico. Estaba tranquilo porque sus problemas económicos parecían haberse solucionado y feliz de saber que el mayor de sus sueños podría cumplirse. Pagó el café y salió del bar. Caminó por el centro hasta la agencia de turismo por la que pasaba todas las mañanas. Entró, esperó su turno y luego pidió que le hicieran un plan de viaje para el mundial de rugby de Francia, con todos los gastos pagos y en hoteles de tres o cuatro estrellas. Aclaró que necesitaba un presupuesto para una persona, para él solo, y que también le programaran una semana en Madrid. Luego llamó a su hijo Miguel para comunicarle la gran noticia y después, resignado y sin ganas, marcó el número de Inés.

2 comentarios:

  1. primero debería de ver si le van a dar el dinero o no!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

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  2. al parecer y ano falta mucho para el final.

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