miércoles, 30 de marzo de 2011

9 y 10

9

La segunda operación era clave para Candela. Luego de siete meses de quimioterapia, de interminables sesiones en las que se llenaba el cuerpo de un veneno químico que la dejaba arrastrándose, con náuseas interminables y la cara cada vez más demacrada, todos sentían que lo peor ya había pasado, que solo era cuestión de practicar una intervención quirúrgica de rutina en la que se comprobaría que la medicación había destruido al cáncer por completo. Y todo volvería a la normalidad.
Antes de ingresar al quirófano, Candela se mostraba contenta, la quimio ya no era más que un mal recuerdo y, con suerte, la pesadilla que le había tocado vivir tenía los días contados. Sabía que le esperaba una semana de dolor intenso, que en pocos minutos iban a abrirle la panza en dos mitades, desde el pecho hasta el ombligo, para revisarle cada órgano del aparato digestivo, sacarle los doce metros de intestino delgado, rasparlo para extraer cualquier resto de células malignas, volver a colocarlo en su posición original, extraer muestras de la zona afectada para analizar en una biopsia posterior, cerrar, coser, vendar, curar. Esta última parte estaría en manos de un cirujano plástico, porque Candela había pedido que le arreglaran estéticamente la herida para que no le quedara una cicatriz horrible con forma de chorizo como le habían dejado en la operación anterior.
A pesar de estar consciente de todo esto, de saber que se estaba sometiendo a una carnicería llena de dolores incontables, estaba feliz con la idea que de por fin daría por terminado aquel mal sueño.
Martín odiaba el sanatorio San Lucas. Ese olor a hospital que impregnaba cada ambiente del lugar solo le traía malos recuerdos. Ahí tenía que estar cada vez que le dolía algo, cuando internaban a algún familiar o para sacarse sangre, cosa que le producía un temor indescriptible. Ahí también le habían dicho, hace poco más de medio año, que a su querida hermana le quedaban pocos meses de vida, aunque luego se retractaron explicando que la quimioterapia, con suerte, podría salvarla. Pero primero le hablaron del asunto de la muerte cercana, y de eso Martín nunca se olvidaba.
Le sobraban razones para detestar la sala de espera de ese sanatorio. Por eso pensó en no aparecerse durante la operación, esfumarse en el trabajo o meterse en un cine y apagar el celular. Le aterraba escuchar la opinión de los médicos luego de la intervención, tener que soportar a un viejo bigotudo, con el ceño fruncido y el aliento putrefacto explicándole a él y a sus padres que Candela no había soportado la anestesia, o que le habían encontrado otro tumor en algún lugar recóndito, o que los órganos estaban tomados por la metástasis y ya no había nada que hacer. Tanto miedo le daba la sentencia que se quedó inmóvil en su cuarto, sin contestar el teléfono ni llamar para conocer el resultado. Estuvo así cuatro horas, acurrucado en su cama, pensando en todo y tratando de no pensar en nada. Hasta que lo asaltó el impulso de la curiosidad, la necesidad de saber qué había pasado y la esperanza de que le dijeran que todo estaba bien. Entonces saltó de su cama, se puso las zapatillas y corrió las cuatro cuadras que separaban su casa del sanatorio. Pensó que al llegar él todos tendrían alguna noticia, porque según sus cálculos la operación había terminado hacía más de una hora. Pero cuando llegó supo que estaba equivocado. Alberto, Inés y su abuela Isabel estaban sentados en la sala de espera, inmóviles, con la mirada perdida. Martín se acercó a Inés y le tomó la mano. “¿Y?”, le preguntó, con el miedo y la angustia de esperar la peor respuesta. “Nada, no salió”, respondió su madre. “Sigue ahí adentro”, intervino Isabel, con los ojos húmedos, colorados. “Están tardando porque tuvieron que vaciarle la sonda del catéter”, dijo Alberto, “¿No te acordás que antes de entrar Candela dijo que le dolía porque estaba tapado?”.
Martín sintió ganas de escapar, pero ya estaba atrapado. Inés no le soltaba la mano, incluso se la agarraba cada vez más fuerte, y de vez en cuando lo abrazaba, haciéndolo sentir más necesario, cosa que lo llenaba de una responsabilidad que detestaba. Entonces vino el doctor, ese hombre bigotudo que Martín se había empeñado en evitar. Y la película de terror empezó a rodar, esa escena tan temida comenzó a recrearse como si todos estuvieran confabulados en dar vida a la peor pesadilla La cara adusta del médico, la expresión de resignación de Alberto, el descontrol de Inés. “Encontramos pequeños nódulos en varios órganos. Creemos que es más de lo mismo, lo cual sería un gran problema, aunque existe la posibilidad de que se trate de costras inofensivas resecas por la quimioterapia, pero eso con suerte. Ahora solo queda esperar los resultados de la biopsia”, dijo el cirujano, y se fue sin dar explicaciones.

10

“¿Por qué no probás con la terapia de ángeles? ¡Haceme caso, es buenísima!”, insistió la chica del gimnasio, ante la mirada incrédula de Martín.
Martín ya estaba harto de que todo el mundo le propusiera alguna terapia alternativa para tratar a su hermana enferma. Medicina holística, terapia Ayurveda, reflexología, movimientos de energía cuántica: todos proponían una fórmula mágica y renegaban de los tratamientos convencionales, aduciendo que eran nocivos para el paciente o que nunca llegaban a ser efectivos. Todos ofrecían una esperanza, a diferencia de los cirujanos y oncólogos, que no dudaban en sentenciar: Le quedan seis meses de vida.
Martín ya no tenía ganas de navegar por Internet en busca de la fórmula mágica capaz de curar el cáncer. Tampoco quería seguir llamando a sacerdotes sanadores o a maestros armonizadores, porque todos quedaban lejísimos, siempre le parecían unos mentirosos con solo intercambiar dos palabras y cualquier consulta no le costaba menos de cien pesos. Además, cada vez que le proponía a Candela o a Inés ir a ver a uno de esos personajes, las dos se quedaban con la mirada perdida, como si no lo escucharan, hasta que alcanzaban a responderle, “No, dejá, si deben ser unos ladrones”, y se negaban a asistir a cualquier consulta relacionada con promesas sobrenaturales.
Pero Sabrina, la dueña del gimnasio al que Martín iba cada mañana, estaba convencida de que los ángeles eran efectivos y podían ayudar.
“Probá, dale, si total no te cuesta nada, el local está acá abajo, en esta misma galería, y la dueña es amiga mía, te va a cobrar barato”, insistió.
Martín pensó que no tenía mucho que perder, sobre todo por la cercanía del lugar y la posibilidad de obtener una consulta en forma inmediata, sin direcciones de Internet raras, números de teléfono con características provinciales que nunca había marcado, traslados incómodos, pérdidas de tiempo y dinero.
En la vidriera del pequeño local revestido en madera de pino barnizada se exhibían diferentes carteles pegados al vidrio, todos diseñados con antiguos programas de computadora, con letras estrambóticas y colores que intentaban ser fluorescentes, como si se tratara de una casa de comidas que ofrece sus menús en promoción.
“Terapia de ángeles”, “Astrología” “Lectura de borra de café” “Reflexología: cursos y tratamientos”, “Estudio del Kabalah” (esto último le recordó a Martín que si Madonna estaba tan bien y era tan fanática de esa religión, por algo sería, y eso lo incentivó a entrar a preguntar).
–Qué tal, vengo por la terapia de ángeles –se anunció desde la puerta de entrada.
El aire estaba viciado por el humo de los sahumerios.
–Adelante, tomá asiento por favor, ya estoy con vos –contestó la mujer, de unos 50 años, pelo largo desteñido, los dientes chuecos y amarillentos, la ropa vieja, como si todavía la conservara de sus épocas de fervor hippie, en los ´70.
Martín se sentó en un banquito arruinado por el uso, frente a la mujer, que yacía en otra banqueta, más grande, al otro lado de una mesa sucia de madera prefabricada. Todo le daba asco, impresión.
-Es para una paciente con cáncer de intestino, estadio cuatro, el más avanzado –dijo, sin que nadie le preguntara.
La mujer no se inmutó, como solían hacer todas las personas a las que Martín les explicaba el caso. No puso esa cara de sorpresa seguida por una expresión de espanto tan típica entre quienes recibían semejante sentencia.
–¿Qué edad tiene? –preguntó enseguida
–Treinta años.
–¿Qué tratamientos está tomando?
–Ya pasó los primeros seis meses de quimioterapia y la acaban de operar por segunda vez. Ahora lo más probable es que tenga que hacerse otra quimio.
–En estos casos, antes de aplicar una terapia específica, hay que preguntarle a los ángeles sobre el estado de la paciente. Ellos van a determinar si hay que hacer un tratamiento para sanación, bienestar o simplemente para que el alma se desprenda del cuerpo en total plenitud.
Cuando escuchó esto, a Martín se le heló la sangre. Estaba tan acostumbrado a que le prometieran fórmulas mágicas de curación que la oferta de un tratamiento para algo tan irreversible como la muerte le parecía que no tenía ningún sentido. Por otro lado, valoró la honestidad de aquella mujer.
–Bueno, entonces cómo hacemos –se apuró a decir.
–La consulta se hace a distancia, porque nuestro maestro se encuentra en Uruguay –explicó–. Tiene un costo de veinte pesos y solo necesito la fecha de nacimiento de la paciente. ¿Es pariente tuya?
–Sí, mi hermana.
–Está bien, porque para encargar el servicio tenés que tener relación de sangre.
A Martín le pareció que veinte pesos era una ganga. Al lado de los cien, ciento cincuenta y hasta trescientos que se atrevían a pedir otros curanderos, esto era un chiste. Por eso no dudó en sacar el billete y entregarlo sin miramientos. La mujer lo tomó, lo guardó en una caja de zapatos y anotó la fecha de nacimiento de Candela.
–Bueno, yo le mando estos datos al maestro y él en tres días nos dirá lo que ordenen los ángeles. Y ahí vemos, ¿de acuerdo?
Martín se fue pensando que si ni Dios, ni Jesús, ni la Virgen (de cualquier nombre, cuidad o pueblo) ni San Expedito, el santo de las causas urgentes al que le rezaba todas las noches, habían hecho nada por su hermana, tal vez un ángel podría ayudarla. En realidad, a esa altura no creía en nada, pero su conciencia lo obligaba a probar todo. Y con los ángeles no había tratado. Hasta ese día.

13 comentarios:

  1. zhvd ahOra lO imprimo.... eres el mejOr luchO...!!!

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  2. Pobre Candy :'( .
    En realidad la historia es muy conmovedora u.u' y sobretodo para mí porque tuve un familiar muy cercano que también falleció de cáncer, fue terrible :/.

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  3. Hola Luis, leyendo tu novela, me doy cuenta que el cáncer habitó y se desarrolló en tu hermana por el estado emocional, depresión y tristeza que tenía como forma de vida, incluso su embarazó lo llevó como un castigo, con mucho resentimiento y dolor, cuando debió ser lo contrario.....te digo èsto porque mi madre era una persona sumamente depresiva, a pesar que tenía salud, belleza, trabajo, hijos sanos y hermosos, y de pronto!!! cáncer al seno, el + agresivo, estadio 4, que gracias a Dios cuando la operaron lo encontraron encapsulado, posteriormente tuvo quimio con todos los estragos que se conocen, ésto fue en el 2003, fue dada de alta y a la fecha aparentemente lo superó, pero tuvo que cambiar de actitud, ser positiva, superar las depresiones porque éstas te bajan las defensas, y allí es donde el cáncer te coje..., te siento una persona proclive a la depresión, si es así, tienes que desahogarte lo + que puedas, a gritos si es necesario para que botes toda la tristeza que pudieras aún tener en el alma y así tu cuerpo no se infecté ni dejé que habité esta enfermedad.....te está aprendiendo a querer a través de tus blogs...Maricarmen

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  4. Es muy triste todo lo que tuvo que pasar Candela
    :(, más aún los familiares.
    Como siempre me dejaste intrigada, a esperar el viernes :p
    Besos
    Bye mi niño

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  5. Asu nunca escuche algo de los angeles..quiero saber que siempre estoy leyendo Candy....

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  6. me pregunto luchi si habra funcionado el tratamiento de los angeles? tendre que esperar hasta mañana para saberlo!

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  7. me ha hecho llorar tu relato, pienso en tu pobre hermanita lo que habrá sufrido. Yo soy una sobreviviente de esa temible enfermedad. No creo lo que dice anónimo de que viene por depresión, tristeza, ni baja de defensas, yo creo que viene porque el destino lo quiso así, por algo, Dios pone pruebas en el camino, pruebas muy difíciles, a veces no se logran pasar, sólo Dios sabe por qué, tal vez lo que hay más allá de esta vida es algo mucho mejor.

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  8. Estoy conmovida hasta las lagrimas espero con ansias el siguete capitulo
    luchito eres un trome!!!!!!!!!!!

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  9. Qué angustia la de Candy, y Martín tratando de encontrar algo de esperanza.
    Lo único que puedo decirte es qué ahora tienes un ángel que te cuida!
    besos,
    Panay

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  10. Cuanta esperanza indesmayable por redimirte a través de la mejoría de Candela. Cuantos gritos ahogados por la agonía diaria.
    Fascinante.

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  11. Luis, el cap.9 me heló la sangre, qué angustia :( y mira, yo creo que lo último que se pierde es la esperanza. Todo lo demás lo dejo en manos de Dios. Saludos y a la espera de los próximos capítulos.

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  12. como te captura la novela, muy buena, lo q no me gusta son algunos comentarios q hacen sobre ella donde todo lo asocian a tu hermana a tu vida en general, claro esta porq te lo lei muchas veces es q te inspiraste en ella pero tmbn recontra claro que tiene mucho de ficcion,.. me encanta como lo narras, en este caso me puse en los zapatos de Martin,.. y si pues donde este una luz por mas pequenita que sea hay una esperanza, entonces uno se aferra por amor,.. yo hubiera hecho lo mismo, yo sigo a la kabbalah, una pastillita diaria nos ayuda a ser mejor cada dia, por lo menos he mejorado bastante (al esperpento q era antes por causas x)

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  13. Gracias Kathy y Rocío, siempre tan fieles!

    Y a los demás, también gracias por leer esto con más atención que las pavadas que escribo en el otro blog.

    Besosssss

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