lunes, 21 de marzo de 2011

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La personalidad obsesiva de Candela fue acentuándose con el tiempo, tanto que a sus 28 años no solo anhelaba tener una figura delgada o un peso bajísimo, sino que también se esforzaba por mantener la casa en un nivel de orden y limpieza extremo. Pasaba el día entero detrás de la empleada doméstica de sus padres, marcándole los lugares en los que, a su exigente criterio, había quedado algún rastro de suciedad o germen sin desinfectar. Por las noches, cuando su pequeña hija dormía y todos miraban cualquier cosa en la tele, era capaz de prender la aspiradora o ponerse a lustrar los bronces de la casa que, según decía a los gritos, “la paraguaya esa de mierda no sabe limpiar, porque es una sucia, ¿no le viste los pelos?, ¿no le viste las manos?, ¡es un asco!, ¡no sé por qué mamá no la echa de una vez a esa negra!”.
Alberto ya estaba resignado a las locuras de su hija Candela. A su modo de ver las cosas, consideraba normal que cada persona expresara su manera de ser y prefería no enfrentar a nadie. Ni a su mujer, cuando iba a cuatro médicos diferentes en un mismo día y todos le decían que no tenía ninguna enfermedad, ni a su hijo Martín, que odiaba el rugby (lo que para Alberto ya significaba algún tipo de desviación) y no le dirigía la palabra, y tampoco a su hijo Miguel, cada vez que desaparecía de la casa o se veía envuelto en alguna pelea callejera. Entonces, ¿por qué habría de prestarle atención a la loca de Candy? Si quiere limpiar compulsivamente, que lo haga, y si no quería comer, que no coma, que se cague de hambre y listo. Ese era el razonamiento de Alberto.
Inés estaba harta de pelear con Candela, de decirle que comiera, de obligarla a ir al médico, de mantener la casa en perfecto estado para que Candela no se deprimiera, de oírla llorar encerrada en el baño, de criar otro nieto. Pero jamás se daba por vencida cuando se trataba de sus hijos, y aunque se sintiera desbordada por la situación, juntaba fuerzas para tratar de lidiar con su hija. “Candy, no hace falta que limpies, Norma ya pasó la aspiradora esta mañana”, le decía. “¡Pero no ves que está todo sucio! ¡No te das cuenta de que esto es un asco!”, gritaba Candela, señalando un rincón de la cocina al que era casi imposible acceder.
Inés se resignaba, hacía su mayor esfuerzo por mantener la calma y prometía hablar al día siguiente con Norma, su empleada, para que tuviera en cuenta los descuidos denunciados por Candela. Le parecía absurdo, pero con tantos años de maternidad y problemas a cuestas ya nada la sorprendía, prefería actuar en piloto automático antes que plantearse un nuevo problema. Su experiencia la llevaba a resolver y no pensar. Esa era, para ella, la única forma de seguir adelante.

Martín amaba sin reservas a Candela, tanto que no le molestaban sus conductas de loca obsesiva. Es más, a su modo de ver las cosas, pensaba que estaba bien ser todo lo flaca que una pudiera y mantener la casa lo más limpia y ordenada posible. Por eso su hermana no le parecía ninguna trastornada, sino una chica correcta que cargaba con la dura tarea de criar a una hija sola. Y él, que quería a su sobrina más que a nada en el mundo, hacía todo lo que estaba a su alcance para ayudarlas. Por eso trataba de no quejarse cuando el ruido de la aspiradora atravesaba las paredes de su cuarto, o cuando su sobrina -y ahijada- lloraba incansable porque le estaba saliendo el primer diente.

Martín soñaba con irse de la casa de sus padres, pero el sueldo que ganaba en el estudio de abogados de su tío apenas le alcanzaría, en caso de mudarse, para pagar una renta en algún departamento barato de un barrio malo. Además, en la familia las cosas no estaban como para generar más gastos. “Mejor nos quedamos acá todos y la peleamos juntos, si total a mí me encanta vivir con ustedes, ¿no les parece?”, le decía Inés, su madre, cuando él planteaba la necesidad de irse.
Candela se hacía cargo de todas las necesidades de su hija Clara, que estaba por cumplir un año, y no dejaba que nadie la ayudara con esas tareas. Era tan estricta en las comidas, las horas de sueño, la ropa, los turnos médicos, las horas de juego y el aseo de su hija que apenas le quedaba tiempo para vestirse con algún pantalón viejo y holgado y una camiseta oscura varios talles más grandes que el suyo. El cansancio se le notaba en la cara, pálida y ojerosa, y en el cuerpo, frágil y huesudo.
Todos en la familia estaban convencidos de que la delgadez extrema de Candela, agravada luego de dar a luz, era producto de una reincidencia en la anorexia, enfermedad que, según decían los especialistas, se mantenía latente de por vida. A medida que los signos de deterioro se hacían más evidentes, Inés se desesperaba por que su hija volviera a comer. “Hacelo por Clara”, le decía. “Vos tenés que estar fuerte para cuidarla, sino ¿quién se va a hacer cargo”. “¡Mamá, ya te dije que no me hables de ese tema!, interrumpía Candela, furiosa.

Una tarde de otoño, mientras miraba los programas de cocina en el canal femenino y Clara dormía la siesta, Candela intentó comer un poco de pollo que se había separado del mediodía, para ver si de una vez por todas lograba almorzar. No había probado nada desde el café y las dos galletas de salvado de la mañana, y se sentía tan mal que se obligó a comer. Pero no pudo. Cuando terminó de tragar el segundo bocado de pollo hervido, sin sal y sin condimentos, tuvo un dolor intenso en el estómago y paró. Unos minutos más tarde sintió que su estómago iba a explotar. El dolor era tan fuerte que, casi por instinto, se metió los dedos en la boca y siguió hasta la garganta, lo más hondo que pudo, llegando en pocos segundos a provocarse el vómito, como lo hacía cuando quería deshacerse de todo lo que había comido con desenfreno.
Después vino el alivio, la liberación, el bienestar de sentir la panza vacía. Pronto se lavó la boca con Listerine para eliminar el sabor amargo del vómito y se mojó la cara con agua helada para borrar el sudor de su cara. Se miró al espejo, cadavérica y ojerosa, y pensó que estaba haciendo bien su tarea, que al ritmo que iba en poco tiempo llegaría a verse tan mal que todos se preocuparían por ella hasta desesperarse. Después se sentó en el inodoro y lloró durante varios minutos, hasta que oyó los gritos de Clara y corrió, todavía con lágrimas en los ojos, a levantarla de la cuna. Estaba tan débil que le costó alzarla, pero su instinto maternal le dio las fuerzas necesarias para consolar a la pequeña y olvidarse de sus propias dolencias.

15 comentarios:

  1. ¿Sabes que entiendo eprfectamente a Candy? No me ha tocado la anorexia, pero hay días en los que me siento tan mal y tan sola que gritaría a todo el mundo, son momentos muy duros de soledad y depresión, y no creo que sean por ser mamá soltera, porque finalmente eres tan solo una mujer, y sé de mujeres casadas que pasan por esos días. Es simplemente lo difícil que se hace el amarse uno mismo, es una tarea de por vida... amarse y aceptarse sin buscar el amor fuera de uno mismo.
    Gracias Luis por tu libro, es muy bueno, y ahora, en esos momentos duros pensaré en Candela y enviaré mucho amor y luz para Clarita...

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  2. tengo un nudito en la gargante y en el corazón. Conmovedora historia. Gracias por compartirla por este medio.
    Besos
    Vera

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  3. Ya quiero tener tu libro completo, esta tan buena que no me conformo quedarme con la curiosidad.mientras llega sEguire leyendote por aquí. Besos .

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  4. mmm...no es q me considere loco (bueno, ni tan cuerdo) pero, le metia un par ( 3 pares) de cachetadas para q reaccione...a candy, a ines, a martin, a alberto, a todos...y les ponia un video de la gente de la sierra del Peru en plena helada de invierno, cuando no tienen q comer, y los niños se mueren de frio con los pulmones congelados..en fin..

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  5. Gracias po subir esta pegajosa historia.
    Escribes muy bien, besitos

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  6. luchi, se me parte el alma por ver por lo que pasa Candi, yo conozco a alguien que tiene el mismo problema, ya serán 10 años, tiene las mismas actitudes y nos fue imposible convencerla de buscar ayuda, ya no la veo, pero cuando lo hago, no puedo evitar ver como su piel es hueso y pellejo y no hace nada por remediarlo.
    No me cansaré de decir que me encanta como escribes, te sigo y leo todos tus posts por que escribes de manera ligera, cotidiana y como hablamos nosotros los jovenes, sin tapujos y problemas.
    Aparte de ser un chico lindo también eres inteligente y exitoso.
    Un abrazo super grande!

    http://churruminoss.blogspot.com

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  7. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  8. Es una novela de la vida real con algo de ficcion, pero por eso no se va a criticar que porq no se hizo lo uno y lo otro, (a sabiendas q el autor nos lee) Imaginense!,.. q le escribiria a Flaubert por madame Bobary... :S.. cada historia es unica, en este caso da mucho que reflexionar, ademas tenemos el privilegio de poder comentar (OJO!) con su autor, q mas se puede pedir?? NADAAA!!
    solo agradecer por su atencion, mil besitos Lulito!

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  9. Me encanta y me conmueve la historia, gracias por subirla para nosotros.
    No hagas caso a comparaciones estupidas que no tienen nada que ver por Dios.........
    Por favor sigue deleitandonos con tus posts
    Besos
    Yaqui

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  10. me enntaaa, estoy re enganchada con la novela, trataré con conseguirla luchin, porqué en nuestro querido perú no la venden!! sabes?? yo entiendo a Candy, no soy anoréxia extrema, pero si bulímica, antes mme provocaba yo misma ahora se me producee solo!!! y nadie en casa lo sabe! igual soy consinte que moriré así y de una u otra forma soy feliz así es contradictorio e incoherente!! es dificil de entender!! te quieroo luchin!! envianos el otro capítulo!

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  11. Gracias Belén,
    Porfa trata de estar bien y de buscar ayuda para tu problema, porque es algo serio que debe ser tratado cuanto antes.
    Lo mejor es hablar y no callarte todo, porfa hazme caso.
    Un beso grande

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  12. Luisito,
    En tu libro Candy tambien nos narras de la obsesión de Candela,querer verse delgada....
    y luego viene creo yo los primeros sintomas del cáncer...que fuerte!

    Besos y muchos éxitos corazón,

    Panay

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  13. Narrativa descarnada, sincera y de alto contenido melancólico y, por ello, de obligada reflexión.
    Simplemente sublime.
    Saludos,

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  14. Creo que Candy necesitaba ayuda...pero a veces uno no se da cuenta, piensa que es normal y luego pasa el tiempo y va aumentando y aumentando y luego todo está fuera de control...

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  15. Hay boludo me mataste con este capitulo!!! pobrecita... no quiero opinar más por que terminaria con argumentos y cosas que me pondrian peor.
    un besooo

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